lunes, 16 de agosto de 2010

Mojicones para “el algo”



Muy pocas personas se deben acordar hoy en día de “las cajoneras”; esas mujeres, generalmente grandotas y robustas vestidas impecablemente, que recorrían las calles de Medellín con un gran cajón en sus cabezas. Entre el cajón y su pelo armaban un gran rollo de tela que era el que servía de soporte, manteniéndose aquel horizontal mediante un sorprendente ejercicio de equilibrio.

En el cajón, que iba cubierto con un mantel blanco o de cuadros inmaculado, llevaban panes, bizcochos, mojicones, panderos, pan de yuca, galletas “cucas” y otras delicias, todas ellas recién horneadas y que conservaban ese olor inconfundible del pan tibio recién salido del horno. Recorrían las calles ofreciendo su mercadería y las amas de casa al percibirse de su presencia adquirían la “parva” que precisaban para disfrutar con sus amigas de un chocolate caliente a la hora del “algo”, a eso de las 4 y media de la tarde.

Esta semana me acordé de los mojicones, me dio ganas de comerlos me puse a investigarlos en los libros de Doña Zaida y Doña Sofía, encontrando después una versión menos complicada en el libro “Partituras Culinarias” de Sylvia Bravo de Londoño, que con pequeñas modificaciones  fue la que realicé y que comparto con ustedes.

Ingredientes:
½ taza de Azúcar
½ cucharadita de Sal
50 gramos de Levadura fresca o un cucharada de Levadura seca instantánea.
1 cucharadita de Agua de Azahar
750 gramos de Harina
1 taza de Leche
125 gramos de Mantequilla
1 Huevo
1 Yema mezclada con 1 cucharada de Leche.

Preparación:

Desmenuzar la levadura, juntarla con el azúcar, la sal, y una taza de harina, pasar la mezcla al recipiente grande de la batidora. Calentar la leche con la mantequilla hasta que aquella esté a punto de hervir y verterla poco a poco en el recipiente de la batidora, con esta funcionando a baja velocidad y con el brazo para amasar; a continuación agregar el huevo, el agua de azahar y poco a poco ir agregando el resto de la harina, aumentar la velocidad de la batidora y dejarla funcionando hasta que al amasar la mezcla se desprenda del fondo y forme una bola, aumentar otro poco la velocidad y dejar que la maquina amase la durante 5 minutos adicionales; en total el proceso de mezclar y amasar se debe tomar unos 15 minutos. Al final debe quedar una masa suave pero pegajosa que no se prenda de las manos.

Engrasar la superficie de la masa con un poco de mantequilla, cubrirla y dejarla subir en un lugar cálido o al sol hasta que duplique su tamaño (aproximadamente por una hora).

Precalentar el horno arriba y abajo a una temperatura de 175º a 200º centígrados (350º a 400º Fahrenheit), Mientras tanto, engrasar una lata que pueda ir al horno, armar los mojicones, dejando poco espacio entre ellos, para que al crecer queden delicadamente unidos, cubrirlos con un paño y dejarlos subir unos 20 minutos. Barnizar los mojicones con la mezcla de leche y yema de huevo, espolvorearlos con azúcar granulada.

Apagar la parte superior del horno. Llevar la bandeja con los mojicones al horno, en su parte media. Dejarlos hornear unos 20 minutos, hasta que se vea que están cocidos y brillantes por encima. Retirarlos, del horno, despegarlos de la lata con una espátula y dejarlos enfriar y separar los unos de los otros.


miércoles, 11 de agosto de 2010

Se Aproxima la Primavera



Hace unas dos semanas un día casi al atardecer y en las cercanías de San Miguel del Monte, población de la  Provincia de Buenos Aires, cruzó ante mí una gran bandada de pequeñas aves que parecían oscilar en el horizonte. Sentí una gran alegría porque era el anuncio del fin del invierno y de la llegada de la primavera, noticia que es traída anualmente por las golondrinas que viajan desde San Juan Capistrano en California para anunciarla.

Permanecerán revoloteando en la zona, alegrando sus amaneceres y atardeceres hasta fines de febrero o principios de marzo, cuando emprenderán su viaje de regreso para realizar el 17 de marzo el llamado “milagro de las golondrinas” día en que anualmente cumplen con la cita que se impusieron desde tiempos inmemoriales: regresar a su punto de partida: la Misión de San Juan Capistrano.

Por los estudios realizados por los ornitólogos, se sabe que el viaje hacia el sur lo efectúan cruzando grandes extensiones oceánicas, mientras que su viaje de regreso al norte lo hacen más lentamente y casi completamente sobre tierra, generalmente son viajes de un tirón, con pocas y cortas paradas. Se alimentan con los insectos que se les cruzan en el aire durante su vuelo. Si las han observado, habrán podido observar como las bandadas son bien esbeltas y de una altura variable que cambia continuamente.

Ahora con las golondrinas en la zona, solo falta por llegar el churrinche con su cuerpo de color rojo encendido y alas negras, para completar las aves que desde California nos visitan y alegran anualmente toda la primavera y parte del verano después de realizar estos largos viajes desde el hemisferio norte!


viernes, 6 de agosto de 2010

El almuerzo de mi abuelito, 60 años después...








A principios de los años 50 del siglo pasado el sistema coronario de Don Rafael dio una señal muy inquietante sobre su estado general de salud, y ese roble erguido e inconmovible durante casi 80 años empezó a flaquear, primero tuvo que despedirse de su amada “Fotografía Rafael’ y poco a poco a despedirse de su familia y de la vida.

Por esos años yo tuve el privilegio de estar mucho tiempo en la casa de los abuelos, localizada en la calle Urabá, No 50A21, situada en él - en esa época - señorial Barrio de Prado, vecindario donde residían los “meros meros” de la parroquia!. A ella me dirigía casi todos los fines de semana y períodos más o menos largos durante las vacaciones; las razones para ello creo que eran poder disponer de una habitación para mi solo (en casa compartía la habitación con Horacio), estar muy cerca de los primos hijos de Rafael y Belén y de Alfonso y Margarita. Para esos años Ignacio y Amanda, que vivían casi al frente de la casa de Don Rafael y Doña Clementina, se habían “expatriado” con su familia y para siempre a Bogotá.

La casa de los abuelos era bien cómoda: zaguán de entrada, sala, comedor, terraza a la calle, 3 habitaciones grandes, 2 baños, recibo auxiliar, despensa, cocina, lavadero, zona de planchar y arreglo de ropas y habitación para el Servicio. En la parte central había un gran patio, bien soleado, lleno de azaleas siempre florecidas y un adminículo casero donde siempre había papaya, naranja, plátanos y pájaros que venían diariamente a solazarse con éste dulce banquete. Me parece también que en uno de los patios habitaba enjaulado un canario amarillo, que llenaba la casa con su canto. Los sábados en la mañana Merceditas amasaba, levaba en el patio el pan, los pansitos y los bizcochos; llenado la casa con ese rico olor a pan recién horneado!

Además de lo anterior, la casa contaba con una especie  de sótano, con puerta independiente hacia la calle, habilitado con una o dos sillas y una lápida de mármol perteneciente a la tumba de una de las hijas, creo que Lía, que había muerto muy pequeña hacía varios años. Este sótano era uno de los atractivos principales para que alguien pusiera a volar la imaginación, en compañía de los primos del vecindario.
A la vuelta de la casa y sobre la carrera Balboa quedaba la casa de Rafael y Belén, que se levantaba imponente en la mitad de la cuadra, entre la casa del Dr. Tulio Ospina Pérez y la casa de un Señor  Echavarría; contaba con una gran fachada de grano gris, entrada realzada a la calle, adyacente a un gran patio cuadrado de piso de  piedra que también iluminaba a la sala y un garaje donde el tío guardaba su inmenso carro Buick verde.

Tras la puerta de entrada empezaba una amplia escalera con brillantes pisos de madera que conducía al piso superior. En lo que podríamos llamar la planta baja había: Sala principal y comedor con terraza a otro patio, sala auxiliar o de recibo, enfermería (sic), baño para los huéspedes, sala de ropas y plancha, despensa y cocina. Más atrás la zona de servicio, que contaba con un amplio espacio para lavar ropa y plancharla y una gran habitación para las personas que servían en la casa, un piso más bajo había un patio de Ropas, de un tamaño similar o inclusive más grande que el de adelante, en medio del cual había un árbol inmenso y en el que al sol se secaba la ropa recién lavada. Este piso también contaba con una sótano inmenso que contribuía al trabajo de ponernos volar la imaginación.

En el segundo piso había una especie de sala o estadero, presidido por una importante radiola Scott, una habitación grande llamada la “oficina” con una gran mesa para desplegar planos, habitaciones grandes para el matrimonio y para Rocío, compartida para Juan Guillermo y Mauricio e individual para Jaime y dos baños completos. Entiendo que la casa existe, si alguna vez pasan por la carrera Balboa entre  Urabá y Moore, admírenla, creo que vale la pena presenciar lo que construyó el mayor de nuestros tíos e hijo dilecto de los Abuelos.

Jaime, Juan Guillermo y Mauricio fueron los primos más cercanos que tuve en la niñez y la juventud, con ellos compartí ilusiones, ideas, locuras, obras de teatro, espectáculos de magia y muchas cosas más que ahora que lo pienso seguramente ponían bastante incómodos a los abuelos y tíos, que nos soportaban con una paciencia franciscana.

La casa de los abuelos quedaba en falda, donde los fines de semana y en la calle, entre los primos que visitábamos la casa jugábamos intensos partidos de futbol y oíamos frecuentemente el clamor de “cuidado con los carros”, afortunadamente nunca pasó nada. Como cosa curiosa, los partidos los ganaban los que jugaban hacia abajo, los que nos tocaba repechar la falda creo que nunca ganamos ninguno!

Después de éste largo circunloquio llego al tema de hoy.

Durante varios años y después de señal que le llegó respecto a su salud, don Rafael almorzaba diariamente e invariablemente arroz flojo acompañado con carne en polvo – la forma de hacerlos la explica con cierto detalle Doña Sofía Ospina de Navarro en su libro “La Buena Mesa” –; como postre tomaba una generosa porción de gelatina Royal de frambuesa o de cereza, servida en una fuente transparente de vidrio. En eso años yo todavía no era muy exigente respecto a la comida, pero recuerdo que pensaba: “que aburrido para el abuelito comer igual todos los días”

Esta semana para acompañar la quietud en que me tiene sumido el principio de neumonía que tengo de  visita, me puse a pensar en esta etapa de la vida de Don Rafael, ocurrida hace unos 60 años, decidí  rehacer su dieta por un día. Les confieso que me pareció bastante buena!