domingo, 23 de mayo de 2010

Carta de la prima Lia



Querida Clara:

Comienzo por agradecer tu llamada y lo rico que hablamos, a pesar de la pena de la muerte de Jorge Iván, a quien deseo que esté ya gozando de la visión de Dios.

Aunque tarde quiero contar algo de mis recuerdos y vivencias con Papá Rafael y Mamá Tima: Lo más antiguo que sé de ellos es que, tanto Mamá Tina, como Pepa, Margarita y Tina se confesaban con el Padre Restrepo y como las tres se entraron de Hermanitas, Papá Rafael le prohibió a Mamá tina que se siguiera confesando con él, no fuera que ella también se quisiera ir de Hermanita. Cuando Pepa se entró de Hermanita sólo lo sabía Margarita y fue el día de San José; al llegar la hora del almuerzo y ver que Pepa no estaba, todos se preguntaban por ella, hasta que Margarita dijo donde se encontraba; entonces Papá Rafael se fue al Asilo a buscar a Pepa, pero por fin la dejó.

Nosotros íbamos todos los domingos por la mañana a ver a los dos y Mamá Tina siempre nos daba un plátano; me parece verla ir cojeando, pues se había quebrado la cadera, hasta la despensa para traernos el plátano. Yo, que estaba muy pequeña me entretenía moviendo el pedal de la máquina de coser de Mamá Tina y cuando era más mayor me ponía a leer en la Enciclopedia de Espasa que tenía Papá Rafael.  Cuando nacía algún nieto se lo llevaban a los dos y recuerdo ver a Papá Rafael con el niño en brazos acariciándolo y hablándole; era muy cariñoso.

También recuerdo los bizcochos tan ricos que hacía Merceditas y a los que les hacíamos honor.

Recuerdo que el último año que pasé las Navidades en mi casa, fuimos los seis hermanos a la casa de los abuelos a llevarles el aguinaldo y Papá Rafael se emocionó mucho; al regresar a la casa nos dijo mi mamá que Merceditas había llamado por teléfono diciendo que Papá Rafael se había puesto muy mal; al día siguiente teníamos preparado irnos para la finca de Andes, pero mi papá se quedó; al día siguiente recibimos un telegrama diciéndonos que Rafael había muerto; todos pensamos que era Papá Rafael, pero no, era Rafael hijo; así que cuando llegó a la fina mi papá, al saber la verdad fue otra triste emoción; por eso dijo yo que me sentía responsable de la muerte de Rafael, pues fue la impresión de encontrarse mal Papá Rafael lo que le produjo la muerte.

La víspera de entrar yo de Hermanita me fui a despedir de los abuelos; Claro, Papá Rafael no estaba muy de acuerdo pero lo aceptó y después, en Mayo, antes de irme para Zipaquirá para el Noviciado, la Madre que había, que era muy buena y comprensiva, me llevó a donde ellos para decirles adiós y allí estaban mis papás, Merceditas, Lola y Alberto hizo una foto muy bonita, que la deben de tener Jairo o Beatriz: Esa fue la última vez que los vi

Yo los quería mucho y nunca los podré olvidar. Me olvidaba de otro detalle; Cuando yo tenía 14 años Ignacio me invitó a ir unos días a su casa en Bogotá; como yo no tenía ropa de invierno, Papá Rafael me dio 15 pesos para comprarme un estilo sastre: ¡Qué detalle más bonito!

Hasta aquí mis recuerdos: Lía

viernes, 21 de mayo de 2010

El barbero y Dios

Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos entabló una amena conversación con la persona que le atendía.

Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas, de pronto tocaron el tema de Dios y el barbero dijo:

-Fíjese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice..
-Pero, ¿por qué dice usted eso? - preguntó el cliente.
-Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe, o dígame, ¿Acaso si Dios existiera, habrían tantos enfermos, habrían niños abandonados? Si Dios existiera no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad, yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.


El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Recién abandonaba la barbería cuando vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo, al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado.

Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero. - ¿Sabe una cosa?, los barberos no existen.
-¿Cómo que no existen? - preguntó el barbero - si aquí estoy yo y soy barbero. -¡No! -dijo el cliente - no existen porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.

-¡Ah!, los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí.

-¡Exacto! -dijo el cliente - ese es el punto, Dios SÍ existe; lo que pasa es que las personas no van hacia Él y no le buscan? por eso hay tanto dolor y miseria.


Contribución de  Alejandro Mesa

miércoles, 19 de mayo de 2010

La receta de la Torta María Luisa para mi prima


 

Mi prima Gloria me ha solicitado la receta de la torta María Luisa, que era la torta emblemática de la casa de mis abuelos en Medellín. Encima de la nevera siempre había una y quedaba una tajada menos a cada pasada frente a ella. Con 14 hijos y 40 nietos era poco lo que una de ellas duraba, por lo tanto el que quería María Luisa tenía que ponerse las pilas para lograr una buena tajada antes de que esta desapareciera completamente.

Cuando se utilizaba como postre al final de la comida, cada porción era acompañada por una generosa cantidad de dulce de moras.

Ingredientes.
3 tazas de Harina de Trigo cernida.
1 y 1/2 taza de Azúcar.
250 gramos de Manteca a temperatura ambiente.
6 Huevos a temperatura ambiente.
3 cucharaditas de Polvo de Hornear.
1 cucharada de cáscara de Naranja o Limón rallada
1 Vaso de Jugo de Naranja.
2 tazas de Jalea o Mermelada, la que más se usa es la de moras.
Azúcar refinada para la decoración final.

Preparación.
Precalentar el horno a 150º centígrados (300º Fahrenheit).
Batir la mantequilla y el azúcar hasta que la mezcla quede cremosa, batir bien los huevos y agregarlos poco a poco a la mezcla anterior. Agregar alternadamente harina, polvo de hornear, jugo de limón y la cáscara  rayada.

Engrasar con mantequilla y enharinar 3 moldes que puedan ir al horno, cada uno de ellos de unos 25 centímetros de diámetro. Dividir la mezcla en 3 partes y verterlas en cada uno de los moldes. llevarlos horno y cocerlos por 30 minutos o hasta que al introducir la punta de un cuchillo esta salga seca.

Sacar del horno y dejar reposar, desmoldar las tortas. Armar una torre de 3 pisos, poniendo mermelada o jalea entre cada uno de los pisos intermedios. Si se desea, espolvorear la superficie con azúcar impalpable de la que se utiliza para la repostería.


miércoles, 12 de mayo de 2010

Creía que mi abuela había inventado el Arequipe





Los recuerdos más “dulces” de mi infancia están relacionados con la casa de mis abuelos, ellos habían dado lugar a una familia numerosa compuesta por 14 hijos, 56 nietos y un número creciente de biznietos; era por lo tanto, una casa muy visitada en donde siempre había algo “dulce” para picar.
Con tanta gente entrando y saliendo y a la vista de ciertas debilidades familiares, el dulce tenía que estar resguardado en un sitio que solo conocían algunos iniciados. Sitio que para el caso del “gran dulce” (el arequipe) era un recipiente cónico de vidrio, colocado encima de la nevera y rodeado de papayas y piñas que disimulaban su presencia. Había además dulces de menor categoría y más accesibles a la mano, como eran por ejemplo: el arroz con leche, el cernido de guayaba, el dulce de tomate de árbol o el dulce de moras.

Mi abuela asistía diariamente a unas 12 misas, empezaba su ciclo a las 5 y media de la mañana en la Basílica Metropolitana, a eso de las 8 regresaba a casa para desayunar con mi abuelo; a las 9 y media partía nuevamente para la iglesia de la Veracruz donde permanecía hasta eso de las 11 y media atendiendo a una nueva tanda de misas. A esa hora regresaba al hogar para prepararle el almuerzo a mi abuelo. El llegaba puntualmente a las 12 y 45 minutos, ni uno antes ni uno después, generalmente acompañado de un aguacate maduro que traía en sus manos y envuelto en un periódico.

Mi abuelo regresaba a las 2 de la tarde a su fotografía, que era su oficio. En ciertos días, no bien el salía, mi abuela ponía en el fogón una gran paila de cobre, seguramente comprada a principios del siglo 20 a unos gitanos que pasaron por Medellín. A la susodicha paila agregaba leche, azúcar, un poco de bicarbonato y una astilla de canela, sacaba luego un imponente mecedor de madera de naranjo y empezaba a revolver este menjurje durante varias horas y con mucha paciencia, hasta que consideraba que ya tenía el “punto” deseado. Lo dejaba enfriar, lo pasaba al mencionado gran recipiente, lo cubría con un paño y lo escondía en el lugar sagrado reservado, como dije antes, a la gula de algunos iniciados.

En mi casa, en la de los familiares y en las de los amigos de mi niñez no se hacía el arequipe, por lo que yo deduje que mi abuela era la inventora y poseedora del secreto de cómo hacerlo; esta ilusión me duró hasta que cuando yo tenía como 8 años, un tío estuvo a Cali y trajo como gran novedad una caja de Manjar Blanco, que todos dijeron “esto sabe a arequipe”, acabando a renglón seguido con una de las ilusiones de mi niñez; aunque no faltó quien denostara de éste dulce diciendo: “es como el arequipe, pero también lleva arroz”, lo que lo convertía automáticamente en una arequipe de segunda categoría.

Pero de todas maneras yo conservaba la idea que el arequipe y el manjar blanco eran una especialidad culinaria colombiana, no compartida ni descubierta por nadie en la tierra. Ilusión de grandeza que desapareció cuando ya adulto empecé a conocer otros países o culturas culinarias.

Encontré al manjar de leche en Ecuador, Venezuela y Perú, hallándolo posteriormente en Chile, un día en Brasil me ofrecieron Manjar de Leite, luego en México me invitaron a comer como postre Cajeta, y finalmente me convidaron a dulce de leche en Argentina y Uruguay. Si usted pregunta hoy en cualquiera de estos países por la procedencia de este dulce en todos lados le dirán: es nuestro y no es conocido en otra parte!!!

Una vez aceptada con dolor esta realidad de no tener la exclusividad del invento, empecé a buscar en antiguos libros de la cocina española los orígenes del arequipe o de sus primos cercanos y lejanos, sin ningún resultado que me diera una pista que me llevara al origen; deduje entonces que este plato excelso provenía de la suerte: una cocinera que se quedó dormida cocinando leche con azúcar, y que cuando despertó encontró el fondo oscurecido, entonces buscó un cucharón y empezó a mecer la mezcla obteniendo así el primer arequipe/manjar blanco/manjar de leche/manjar de leite/cajeta/dulce de leche o como quiera que se llame, pero que era una especialidad de la cocina americana.

La ilusión me duró poco, un día por casualidad caí en una serie de recetas francesas que explicaba como hacer la “confiture de lait”, una especialidad de la región de Normadía que se hace siguiendo el mismo procedimiento que se utiliza para sus primos de América y que es altamente apreciada en Francia, donde se ofrece como exquisitez en sitios gourmet. Allí decidí de dejar de buscar nuevos primos en Europa.

Pero la semana pasada encontré un primo bien lejano, llamado “blancmange”, plato proveniente de los albores de la edad media, que estaba hecho con leche, azúcar, gelatina y era saborizado con almendras y que antiguamente se preparaba intercalando piezas de pollo, palomas o perdices, y que posteriormente, en el siglo XV o XVI, se convirtió en un postre al prepararlo sin las piezas de carne.


En este punto decidí suspender mi búsqueda, aceptando que mi abuela no inventó el arequipe, pero que si era la autora del mejor que he conocido!.

Buenos Aires, agosto 2009
Este artículo fue publicado en "Vivir en el Poblado" en Setiembre de 2009.