lunes, 29 de marzo de 2010

Y al final, ¿cuántos somos hoy?

Para terminar esta primera etapa de Familia Mesa me puse hoy en el trabajo de contar cuántos somos en total y cuántos yo estimo que andamos por acá. El trabajo no fue fácil, porque por error de operador, desorden mío o misterios de estos aparatos se perdieron algunas actualizaciones y hubo que realizar otra vez un trabajo que había hecho antes, consitente en nuevamente revisar y recomponer todo.

Al final del día y con derecho a equivocarme encuentro que el número total de descendientes de Don Rafael Mesa y Doña Clementina Salazar asciende hoy a 217 personas: 15 hijos, 51 nietos, 97 biznietos, 53 tataranietos y 1 chozno.

Ahora bien, si a este número le restamos los que ya no están y le sumamos los esposos y esposas vivos, incluyendo en la cuenta los resultantes de los cambios de administración, tendríamos una familia sobreviviente de 274 personas.

Aquella que tiene más personas es la que en su momento iniciaron Ignacio y Amanda Escobar y que hoy cuenta con 76 miembros; en segundo lugar en población sobreviviente se encuentra la de Javier y Ligia González con 42 integrantes; después la familia proveniente de Luís y Miriam Cock que completa 35 personas; siguen los relacionados con Rafael y Belén Fernández con 32; Alfonso y Margarita Echeverri formaron una familia que hoy alcanza a 29 ; la familia proveniente de Hernando y Maruja Sánchez está compuesta por 23 personas; de Benjamín Navarro y Lola provenimos 19; de Jesús y Aura Escobar, hermana de Amanda, hay una familia compuesta por 13 personas y finalmente de Alberto y Blanca Luz Saldarriaga se desprende una familia de 5.

Supervivientes de las familias originadas por los hijos de mis abuelos maternos quedan 2 personas: Maruja Sánchez Mesa, esposa de Hernando, y Lucía Victoria Jiménez, quién se casó con Alberto después del fallecimiento de Blanca Luz Saldarriaga, que fue su primera esposa.

Otro día les contaré la imagen que me he ido formando respecto a las muy variadas actividades y profesiones que realizamos y tenemos los participantes en esta cofradía.

Para terminar concluyo que somos más de los que yo originalmente creía y que las dos personas que a principios del siglo XX iniciaron este meserío pueden descansar tranquilos, estar orgullosos de la descendencia que han dejado atrás y decirle al creador con la cabeza en alto: ¡misión cumplida mi Señor!

jueves, 18 de marzo de 2010

Ceviche de Champiñones a la manera de Rocío Mesa de Saldarriaga



Para aquellos de la familia que aún no lo sepan, nuestra prima Rocío Mesa de Saldarriaga es una gran maestra de la cocina, y ha dedicado una buena parte de su vida a promocionar y enseñar a cocinar con el micro ondas; ha publicado varios libros sobre el tema y uno de ellos, “Cocine en el Micro Ondas con Rocío”, hace parte de la colección permanente de la Biblioteca Luís Ángel Arango y se encuentra referenciado en el catálogo virtual de la entidad.

El año pasado cuando estuvimos con Matilde en Medellín nos convidó con un delicioso Ceviche de Champiñones, cuya receta generosamente me dio y que comparto hoy con los lectores de éste blog.

Ingredientes:
1 taza de Champiñones, cortados en tajadas
1 Cebolla morada mediana, finamente picada
1 diente de Ajo, picado menudito
2 cucharadas de Aceite de Oliva
4 cucharadas de Salsa de Tomate casera
½ taza de jugo de Naranja
El jugo de un Limón
Unas gotas de Tabasco o de Ají picante
Viruta de Jengibre, al gusto
Sal y Pimienta al gusto

Preparación:

Mezclar todo en un recipiente no metálico y dejar marinar en la nevera durante 3 o 4 días.
Se sirve sobre hojas de lechuga, acompañado de tostadas hechas con pan francés o pan de campo artesanal.

sábado, 13 de marzo de 2010

Los verdaderos ancestros de Doña Clementina



Imagínese usted, estimado lector, a la pobre Doña Clementina Salazar Álvarez, proveniente de familia ignota de Santo Domingo, población sin ningún atractivo especial y casi desconocida de Antioquia, casada con un descendiente de los López de Mesa, apellido de abolengo, con mucha sonoridad y proveniente de tierra de blancos, como era a principios del siglo XX el Municipio de San Pedro de los Milagros.

Cuando era pequeño esa fue la historia que me vendieron, cuando todos los tíos abuelos hablaban de los Mesas, como una familia muy principal e importante, ese fogón especialmente lo avivaban las hermanas de Don Rafael: Chila, Amelia y Candelaria que miraban por encima del hombro y con cierto desdeño a las hermanas de Doña Clementina: Rita, Mercedes y Felisa. Para mí quedó sepultada esta aura de fantasía el día en que me dediqué a escarbar los antecedentes de los Salazar Álvarez, familia que descubrí que subrepticiamente había escondido todos sus ancestros, ropajes y abolengo.

Resulta que por alguna razón no conocida por mí, nuestros predecesores tenían la fea costumbre de cambiar, modificar o acortar sus apellidos en la mitad del camino; seguramente con el avieso propósito de desconcertar a sus descendientes, y además bajarnos de estrato a todos!

Fue así como estudiando encontré que mi bisabuelo don Jerónimo Salazar hijo del Capitán Zoilo Salazar y soldado de nuestra independencia, aparece siendo nieto directo de Don José María Gómez de Salazar, personaje que luego de enviudar de Doña Eduvigis Morales, decidió dejar el mundo civil, entrar a la iglesia, y finalmente fallecer en Santa Marta siendo canónigo de la Catedral, donde ahora descansa en paz.

Los Gómez de Salazar llegaron por estas tierras de América a finales del Siglo XVI, siendo el primero el Capitán Juan Gómez de Salazar, natural de Valladolid y que falleció en Remedios en Octubre de 1624. Su hijo, del mismo nombre, entre muchas distinciones tuvo la de ser entre 1658 y 1664 Gobernador de Antioquia. El abuelo de éste Capitán fue don Ochoa Gómez de Salazar, a quien SM Carlos V el 4 de febrero de 1527 le concedió una Cédula Real como premio a sus hazañas guerreras.

En dicha Cédula se ensalzan las proezas de sus antecesores, que alcanzaban a cinco generaciones, la primera correspondía a Don Lope García de Salazar, quien tuvo 32 hijos con Doña Berenquela Gómez, que a su vez era hija de Don Ruy Gómez, personaje de “gran Sangre y valor" según constaba en la referida Cédula.

Álvarez era el segundo apellido de Doña Clementina y acá hubo también modificación de estrato y de apellido, su madre María Josefa Álvarez Carrasquilla era nieta de Don Joaquín Álvarez del Pino y Pérez de Rivero, descendiente de cuarta generación de Don Diego Álvarez del Pino, nacido en Talavera de la Reina, que estuvo en Popayán entre 1610 y 1615 y terminó siendo Tesorero Real de hacienda en la Ciudad de Cartago.

Este Don Diego estuvo casado con Doña Justina de los Arcos Cortés, nieta de Don Gómes de Arcos, quien fue una persona importante de la conquista de Perú y Popayán y a quien SM Don Felipe II mediante Real Cédula le otorgó su escudo de armas y varios títulos y mercedes. Don Diego y su esposa Doña Catalina Redondo Mateus eran oriundos y naturales de Don Benito en el Condado de Medellín.

Para ponerlo en sencillo de los antecesores de Doña Clementina por el lado Salazar hay documentadas la medio bobadita de 15 generaciones, si señor: 15!!! y por la rama Álvarez la documentación llega a “solo” 11 generaciones.

Y así fue como mi madre y sus hermanos llegaron a ser simplemente Mesa Salazar Prieto Álvarez, cuando en la realidad les correspondía ser López de Mesa y Gómez de Salazar y Prieto y Álvarez del Pino!

viernes, 5 de marzo de 2010

Y así fue como aprendí a cocinar



Artículo publicado en Septiembre de 2008 en el periodico "Vivir en el Poblado"

En los años de mi juventud, la cocina y sus secretos pertenecían fundamentalmente al mundo femenino; pero para mí era fascinante apreciar, por ejemplo, como la combinación de harina, azúcar, mantequilla, huevos, polvo royal y mermelada de moras se convertían, después de pasar por el horno, en una deliciosa torta María Luisa; o como una punta de anca cruda adobada y acompañada de cebollas y papas puestas al horno producían, después de una hora en él, una suculenta porción de carne, acompañada de una salsa espesa, cuyas jugosas tajadas eran un gran premio para un almuerzo de fin de semana.

Ante esos milagros de alquimia, yo le preguntaba a mi madre: ¿y cómo se hace para cocinar? Y ella me respondía que eso de cocinar no era cosa de hombres, que éstos en la cocina estorbaban más que un marrano en ella; sin embargo, cada vez que tenía oportunidad yo pasaba por ése prohibido “sancta santorum”, observando en forma subrepticia como María preparaba cada día los alimentos para el consumo de nuestra casa; mirando y preguntando aprendí también que para una taza de arroz crudo era necesaria agregar dos de agua y que una vez que ésta hervía y empezaba a hacer “ojos” se bajaba el fuego al mínimo, se tapaba la olla y se dejaba cocinar por 17 minutos adicionales (ni uno más, ni uno menos) para lograr tener un arroz a punto y suelto; y que si quería arroz flojo, como era el que regularmente consumía mi abuelo, la proporción de agua con el arroz aumentaba a 3 a 1 o un poco más.

Con éste tipo de investigaciones aprendí otras cosas, pero la prueba de fuego vino a finales de la década del 60 del siglo pasado, cuando recién casado nos fuimos a vivir con mi esposa en un sitio aislado de la ciudad, donde no había una María que me enseñara las artes de la cocina, las ollas y los sartenes.

Por esos años yo era un asiduo visitante de la emblemática Librería Aguirre, donde encontraba las últimos títulos publicados en las editoriales españolas, argentinas y mejicanas y semanalmente la revista Time, pero la librería tenía también una sección pequeña dedicada a libros en inglés, buscando en ésta encontré un pequeño tesoro: “You can Cook for one or even two”, escrito por Louise Pickoff, lo revisé cuidadosamente y me dije: a falta de María, este me enseñará como cocinar algo agradable.

Después de leerlo y releerlo decidí que había dos recetas para ensayar: la primera se refería a salchichas tipo Frankfurt en salsa barbecue, la segunda a espaguetis con bolitas de carne y salsa de tomate. Me llené de valor y a la primera visita que tuvimos en nuestra casa, invertí varias horas preparándolas, recibiendo de los invitados comentarios favorables, condescendientes pienso hoy, respecto a los sabores encontrados.

A partir de allí, con éste libro, de “la Buena mesa” de Sofía Ospina de Navarro y del “Nuevo Manual de Cocina” de Zaida Restrepo de Restrepo, inicié mi camino en la cocina. Aprendí primero a reproducir recetas y poco a poco a introducir mis propias versiones con cambios sutiles en los ingredientes; aprendí que si uno no tiene todos los elementos de una receta los puede evitar o sustituir por otros parecidos o diferentes; aprendí que no había que tener temor a innovar o ensayar nuevas preparaciones o sabores; aprendí que para llegar a los platos complicados es necesario pasar primero por la etapa de los platos fáciles; aprendí que la paciencia en la cocina es una virtud que hay que practicar; y muchas cosas más que resumo en lo siguiente: el mayor placer de la persona que cocina es poder brindar a los demás comensales una comida honesta y equilibrada en calidad, cantidad, sabor y presentación.

Hoy me atrevo a decir que gracias a no haber seguido la opinión de mi madre, he logrado hacer algo que me ha dado a mí y a otros alegría, buenos ratos y hermosos recuerdos.

Afortunadamente, ciertos preconceptos de la época de mi juventud ya no existen, y hoy la cocina para niños, jóvenes, hombres y mujeres tienen otra percepción y valoración por la sociedad.

Buenos Aires, septiembre de 2008

lunes, 1 de marzo de 2010

Y ahora dizque también somos familiares de Don Tomás Carrasquilla!



La sociedad de Medellín de los años 50s del siglo pasado era pequeña y pacata, para esos años los Echavarría eran la familia más principal de la villa, eran dueños de industrias, comercios, casas, fincas, pensamiento, o sea casi todo. Sólo competían con ellos la Santa Madre Iglesia y El Colombiano.

Para esos años no había cámaras digitales y si alguien quería una fotografía para rememorar un evento o para completar un trámite, tenía que ir a una fotografía para ser retratado. Los Mesas teníamos el privilegio de descender del decano de los fotógrafos de la villa. Por los ojos, lentes y estudio de fotografía de Don Rafael habían pasado todos los Echavarría, los de Bedout, los Uribe, los Ospina, los Santa María y todas y cada una de las familias principales y de “abolengo” de la Bella Villa y muchas no tan importantes como los Blandón, los Zapatas, los Chaverras, y porque no decirlo de una vez: los Navarro.

Mientras los Mesas (o sea López de Mesa) eran bien importantes, los Salazar Álvarez de Doña Clementina parecería, a ojos no informados, que se trataban de una categoría inferior.

Mis recuerdos se reducen a que Doña Clementina tenía 3 hermanas solteras que vivían en un caserón del barrio Boston, donde recuerdo había un inmenso árbol de brevas y una cocina que funcionaba con leña o carbón, donde preparaban la comida para cenar a eso de las 6 y media de la tarde. Mi abuela tenía también un hermano primo o sobrino – José María Salazar Álvarez - que se fue a vivir a Bucaramanga con un proyecto de sembrar Canela en Colombia, publicaba una revista sobre estos temas y que muy de vez en cuando venía de visita a la casa de los abuelos. Poco o nada más supe en mi niñez de esta parte de la familia.

Lo que si sabía era que Doña Clementina había nacido en Santo Domingo, una población pequeña situada a unos 70 kilómetros al nordeste de Medellín, y cuando le preguntaba a mi abuela por el pueblo donde había nacido contaba muy poco y respondía con evasivas o medias verdades.

Hace como 10 años, mientras estuve viviendo en Uruguay, mi hermano Oscar me regaló para un cumpleaños una copia del libro de la genealogía de Antioquia y Caldas. Con ese tesoro en mis manos me puse a trabajar en la reconstrucción de mis antepasados por parte de las familias Navarro y Mesa. Así fue como ratifiqué la historia que había oído desde pequeño que los Mesas teníamos derecho a anteponer el López de a nuestro apellido.

Encontré también varias sorpresas que algún día les contaré, lo que hoy quiero comentar es que Doña Clementina tenía lazos familiares muy cercanos con Don Tomás Carrasquilla, considerado como uno de los mejores escritores costumbristas de Colombia. Sus libros describen magistralmente la Antioquia de fines del siglo XiX y principios del XX.

Doña Clementina era con respecto a Don Tomás, como cualquiera de los hijos de mis primos hermanos lo es con el que esto escribe, o sea que todos tenemos también un familiar escritor de renombre!

Buenos Aires, Marzo del 2010.